Hoy reponían en la tele la maravillosa adaptación de Robert Mulligan.
Cualquiera de los dos es de lo más recomendable. Transmiten lo mismo: la nostalgia por la infancia perdida, cuando empezábamos a descubrir el mundo y todo asombraba y estaba lleno de misterio. Hablan también del otro crecimiento (el moral), de dignidad y calidad humanas, y del amor y la admiración por los padres.
Me decía el amigo en cuestión que es el libro favorito de la señora esa que se fue del país y se llevó a su marido futbolista porque todo le olía a ajo. Parafraseando a Wilder, nadie (ni nada) es perfecto. Y, a tenor de los gustos literarios de la tiparraca, parece que nadie es tampoco un completo gilipollas...