Vamos, que este humilde funcionario al que le recortan el sueldo unos cuatrocientos cincuenta euritos al mes (eso es lo que voy a cobrar de menos comparado con el año pasado) ha cogido la balanza.
En un platillo está mi pisito de setenta metros en Madrid, mi hipoteca de algo más de mil euros mensuales (eso, si el euribor no sube más del dos por ciento), los señores del banco, y la friolera de unos once millones de pelas que pagaría de intereses, tirando muy por lo bajo y descontando lo que me desgravaría en Hacienda en treinta años.
En el otro platillo está Italia, quince días en Mallorca este verano, algún viajecito más de aquí a fin de año, mi análisis personal, quizás hacer la formación en Psicoanálisis, y tomarme el aperitivo cuando me salga de los cojones.
Pues eso, que no les voy a hacer el juego a unos señores que ya han llevado a mi familia a dos (¡¡¡dos!!!) ruinas económicas completas en un par de generaciones. Que no elijo el coche que te cagas, ni la tele grande, ni el i-mac, ni a Prada, ni a Miu-Miu, ni me caso con Caja España ni me enrollo con Caja Astur. Que elijo la vida.
Eso sí, el peluco lo conservo, y en más de un renuncio me pillaréis, que tampoco me voy a convertir en la coherencia personificada. Pero sí me voy a pensar un poquito más las cosas...
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